El Entierro de la Sardina «más triste que se recuerda»

La lluvia, tan frecuente en Semana Santa y las Fiestas de Primavera, también amenazó aquél desfile, que debía partir a las nueve en punto de la noche. Aunque la predicción meteorológica se redujo a cielos nubosos y apenas «lluvias débiles», como publicó LA VERDAD en su edición de aquél día. La jornada anterior se instaló en la plaza Martínez Tornel el tradicional catafalco, mientras los sardineros cruzaban los dedos mirando al cielo.

No llovió. Pero nadie imaginó que, apenas 40 minutos después de que el desfile inundara de fiesta la ciudad, San Juan Pablo II moriría en Roma. Tampoco lo sabía, o igual se lo callaba, el entonces obispo de Cartagena Manuel Ureña que había sido nombrado arzobispo de Zaragoza apenas unas horas antes. En ese instante abría la marcha un grupo de Malasia, que cautivaba al personal haciendo demostraciones de ejercicios de lucha.

La muerte del Papa obligó incluso a plantearse la suspensión del Entierro, que ya andaba inundando de alegría las calles. Pero aquél desfile era imparable. No lo suspendieron. «Por respeto a las miles de personas desplazadas a Murcia expresamente para ver el Entierro de la Sardina», comunicó la Agrupación Sardinera. De acuerdo, claro, con el entonces concejal de concejalía de Cultura y Festejos, Antonio González Barnés, y el alcalde Miguel Ángel Cámara.

Justo antes de la quema, eso sí, la Agrupación dio lectura a un comunicado pidiendo un minuto de silencio antes de prender la pira. Además, cosa curiosa e innecesaria, se eliminó el Himno a Murcia.

Tampoco desfilaron los sardineros ante el catafalco de la Sardina mientras ardía ni se disparó el monumental castillo de fuegos artificiales. LA VERDAD publicó al día siguiente que «la Sardina ardió anoche en la pira más triste que se recuerda por la muerte del Papa».