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En 'Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos' (Espasa), Vicente G. Olaya invita a los lectores a un viaje por las grandes culturas y civilizaciones ... del mundo a través de anécdotas y curiosidades de los descubrimientos que cambiaron nuestra historia. El periodista, redactor jefe de 'El País', especializado en noticias de Arqueología y Patrimonio Histórico, conversa con LA VERDAD sobre este libro ilustrado por Quino Marín y sobre su inclinación por las historias arqueológicas. «Es una información que realmente me divierte, es sumamente interesante, y, además, nadie se queja, porque todos sus protagonistas están muertos».
Olaya hizo toda su vida periodística información de política. Cambios en la organización del periódico hacen que acabe en Cultura, «y me apetecía hacer Arqueología porque no se hacía prácticamente nada, y se convirtió en un boom. Pienso que porque la gente está bastante harta de economía y política, y busca otras cosas diferentes como literatura, medio ambiente o arqueología».
Esa pasión por la historia no es nueva, ciertamente. Piensa Olaya que los arqueólogos son «personas inquietas y, sobre todo, curiosas e inconformistas, que necesitan llegar al fondo de cualquier agujero o excavar cualquier montículo sospechoso de ocultar algún rastro de nuestros antepasados». Estudiar, conservar y aprender del pasado y legárselo a las siguientes generaciones parece ser su gran cometido.
«Yo era colaborador entonces, pero creo que mi segundo artículo en 'El País', y yo tendría 24 o 25 años, era de historia y arqueología. La primera historia potente que saqué fue precisamente sobre un tipo que tenía remordimientos y acabó entregándome una de las piezas que había encontrado en una mina. Yo era un tipo naif, un poco ingenuo, y me presenté en el Museo de Ciencias de Madrid con aquella pieza que me habían dado y recuerdo que el director me dijo: 'O me dices quién te ha dado esto o llamo ahora mismo a la Guardia Civil'. Esto dio pie a un descubrimiento paleontológico brutal, quizá el mayor yacimiento paleontológico que hay en Europa, el Cerro de los Batallones [entre el valle del río Jarama y la Depresión Prados-Guatén, en el término municipal de Torrejón de Velasco, al sur de Madrid]. Es donde miles y miles de animales murieron durante años atrapados en unos pozos». [En dicho yacimiento hay al menos nueve sitios con conjuntos faunísticos asociados a depósitos pseukársticos complejos, que constituyen el registro fósil mioceno de macrovertebrados más importante y mejor conservado del Terciario europeo]. Aquello le gustó tanto, que aunque le decían que tenía que hacer Política, al final siempre acababa en el Ministerio o la Consejería de Cultura de Madrid para intentar sacar historias de arqueología e historia, que era lo que le gustaba.
En este libro, en realidad, no cuenta su historia, sino las aventuras de otros, hombres y mujeres que protagonizaron peripecias e historias increíbles. Recuerda Olaya que parece que fue una curiosa niña de ocho años quien vio los bisontes pintados en el techo de la cueva de Altamira por un grupo de cazadores hace 30.000 años. «Otros descubrimientos fueron fruto de la casualidad y sus autores no eran arqueólogos, sino campesinos o militares». Desde el antiguo Egipto hasta los asentamientos vikingos en América del Norte, pasando por Asiria, China o la isla de Pascua, la curiosidad de los lectores permite dar la vuelta al mundo varias veces con este animado volumen.
«Los arqueólogos y las arqueólogas», comenta Olaya al teléfono desde la Redacción de 'El País', «son unos tipos verdaderamente interesantes, con los que puedes hablar de lo que quieras pues dominan la arquitectura, la química, la historia, la epigrafía, las bellas artes, la geografía… Por ejemplo, en la Región de Murcia hay un grupo de arqueólogos fantástico, para mí Murcia es una región que destaca por la calidad científica de los arqueólogos. No es que vaya por regiones, pero no sé por qué narices a mí me parece que la calidad que tienen es espectacular, de las mejores de España, sin duda».
Quizás se lo debemos a Ana María Muñoz Amilibia, referente de los arqueólogos de la Región de Murcia [entre 1975 y 1990 fue catedrática de Arqueología, Epigrafía y Numismática de la Universidad de Murcia], fallecida en Madrid en 2018, que formó escuela y cuyos discípulos consideran que escribió una página brillante en la historia de la arqueología peninsular a lo largo del último medio siglo.
Así lo ve
- La Dama de Elche fue encontrada por casualidad en 1897 en una finca de la Alcudia: «La historia oficial cuenta que, poco antes de que anocheciera, el jovenzuelo Manuel Campello, 'Manolico', se encontró el rostro de la Dama mientras removía la tierra»
- «Desgraciadamente los museos hoy están infrafinanciados»
- «Si yo fuera la consejera de Cultura de la Región de Murcia, me lanzaba a por el sarcófago de Micerinos seguro. Yo he llegado a ver algunas imágenes de radar, y más o menos saben dónde está, según diarios de la época», asegura Olaya
«La Región de Murcia es un lugar especial para la arqueología», afirma Vicente G. Olaya, «y tenemos el ejemplo de Cartagena, que lo tiene absolutamente todo: desde el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQVA) al Cerro del Molinete, el Teatro Romano, las minas, el mar, los fenicios... Sin duda, pienso que la Región de Murcia es una de las joyas de la arqueología nacional porque aquí se junta todo. Al fin y al cabo, nosotros somos fenicios, griegos, romanos... Esto no sucede en todas partes en la península ibérica, pero aquí es que lo tienes todo, y para los arqueólogos es una mina sin fondo porque puedes estar excavando en ella toda tu vida».
En este libro, Olaya recoge las historias de Altamira, las pinturas prehistóricas que nadie creyó; Göbekli Tepe, el primer templo de la humanidad; Stonehenge, el santuario de los druidas; Tutankamón, «veo cosas maravillosas»; Troya, una leyenda mitológica que era cierta; Nínive, la ciudad que logró el perdón de Dios; Petra, la ciudad de los muertos; la Dama de Elche, el muchacho que sabía la verdad; Guerreros de Xi'an, el emperador que no quería morir; la Piedra de Rosetta, la llave que abría la puerta de los faraones; el mecanismo de Anticitera, la primera computadora mecánica; los rollos del mar Muerto, ¿dónde está el templo de Salomón?; Pompeya, la ciudad congelada en el tiempo; Chichén Itzá y Tikal, las ciudades que vigilaban las estrellas; los moáis, las estatuas que daban la espalda al mar; Vinland, vikingos contra esquimales; Angkor Wat, la mariposa que descubrió un templo; el manuscrito Voynich, el códice más misterioso; y Machu Picchu, donde el emperador miraba a las estrellas.
Algunos de los descubrimientos más impactantes y sorprendentes fueron fruto de casualidades, y entre ellos, por ejemplo, Olaya recuerda que fue un hombre de campo, llamado Modesto Cubillas, quien descubrió la cueva de Altamira en 1868, «pero sus pinturas rupestres fueron rechazadas por la comunidad científica durante años, ya que se pensaba que la humanidad prehistórica no era capaz de crear arte tan avanzado. No fue hasta 1902 cuando la arqueología aceptó su autenticidad, reconociendo que los humanos de hace más de 30.000 años ya tenían sensibilidad artística». La Dama de Elche, una de las piezas más icónicas del arte ibérico, fue encontrada por casualidad en 1897 en una finca de la Alcudia: «La historia oficial cuenta que, poco antes de que anocheciera, el jovenzuelo Manuel Campello, 'Manolico' se encontró el rostro de la Dama mientras removía la tierra. Su descubrimiento pasó por muchas manos hasta que terminó en el Louvre, de donde fue recuperada décadas después. La Dama regresó en 1941 a España y fue colocada en el Museo del Prado, de donde no se movió hasta 1971 para ingresar en el Museo Arqueológico Nacional».
«No hay duda de que Howard Carter descubrió la tumba de Tutankamón -indica Olaya-, pero el primero que encuentra la entrada a la tumba es un niño que iba repartiendo agua a los excavadores, porque el calor en Egipto es horroroso, y al sentarse el niño, intenta limpiar el suelo, y encuentra el primer escalón que va hacia la tumba de Tutankamón. Ahora, los descendientes de este niño incluso abrieron un museo para reivindicar su figura. Pero no ha pasado a la historia como el gran descubridor de Tutankamón. Lord Carnarvon, aristócrata inglés conocido por ser el mecenas que financió la excavación en el Valle de los Reyes, estaba harto de perder dinero porque no encontraban cosas más que de escasa importancia. Y le da un ultimátum a Carter: o encuentras algo, o nos vamos... y al final lo encuentran».
Olaya admite que han quedado «bastantes cosas importantes» fuera de esta selección, y cita, por ejemplo, el yacimiento tartésico del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz) -Tarteso, escribió, es «una más que enigmática civilización del suroeste peninsular ibérico, que floreció en el siglo VIII a. C y que desapareció cuatro siglos después»-, o el yacimiento paleontológico de Atapuerca, en Burgos. «Pero había que elegir, y he procurado que hubiera descubrimientos en todos los continentes, de manera que no fuera solo Europa, porque fuera encontramos cosas absolutamente sorprendentes».
Al final de 'In the mood for love' (deseando amar), la película de Wong Kar-wai, que ha cumplido 25 años, encontramos el lugar ideal para dejar un secreto amoroso: el templo hinduista de Angkor Wat (Ciudad de Siem Riep, Camboya). «En los viejos tiempos, si alguien tenía un secreto que no quería compartir, subía a una montaña, buscaba un árbol, le hacía un agujero y susurraba el secreto. Luego lo tapaba con barro y dejaba el secreto ahí, para siempre», dice Kar Wai. «Cuando llegan los turistas a ese sitio», cuenta Olaya, autor del libro 'La costurera que encontró un tesoro cuando fue a hacer pis y otras historias de la arqueología en España' (Espasa, 2021), «les dicen que siguiendo a una mariposa el arqueólogo fue capaz de encontrar este templo. Angelina Jolie también hace famoso este lugar en una de sus películas. Pero lo cierto es que los portugueses ya lo habían descubierto antes, ya se sabía antes de que a finales del siglo XIX el naturalista francés Henri Mouhot se topara con el templo accidentalmente mientras cazaba mariposas. Los descubrimientos, en general, no son tales, porque desde cientos de años antes se han conocido, solo que a Occidente su existencia no había llegado. Quiero decir que los mayas ya sabían de Chichén Itzá, e incluso se borraron los nombres de los descubridores de Machu Picchu por venganza».
Dice Olaya que los museos cumplen una función importantísima para la difusión de la arqueología, pero apenas hay desde estas instituciones posibilidades de financiar campañas arqueológicas por desatención presupuestaria. «Es que los museos -afirma el periodista- están infrafinanciados. Primero porque no hay capacidad económica para excavar en España, y hay decenas de miles de yacimientos que se sabe donde están pero que no se excavan para evitar saqueadores, que es el gran peligro de la arqueología. Y luego es que ser arqueólogo es muy bonito, pero tú no puedes hacer una excavación por 18.000 euros, que es lo que se paga más o menos, porque hay que pagar al catedrático o director o directora de excavación, a los peones, a los estudiantes, la manutención de esta gente en mitad de donde sea, la comida, los transportes, el material, el laboratorio para analizar todo eso después, les quitas el IVA y te quedan 16.000 euros para financiar una campaña de un mes. ¿Con esto qué puedes hacer?».
Cita Olaya al exdirector del ARQVA, Iván Negueruela, «que se empeñaba en financiar campañas arqueológicas y como tantos otros se dejaba la vida por traernos la vida de nuestra historia, que es algo bonito, pero no hay dinero para todo eso». Sobre el sarcófago de Micerinos, localizado en 1837 y hundido en aguas españolas durante su transporte en la goleta 'Beatrice' hacia Reino Unido en 1838, en las proximidades de Cartagena, dice el periodista de 'El País' que «el hundimiento está más que documentado». Negueruela especula que entre Cabo de Palos y Mazarrón: «Si lo buscan, lo encuentran», dijo en 2008 al periodista de LA VERDAD Gregorio Mármol. «Pero, ¿entonces, qué hacemos? Porque para sacarlo necesitas un barco especial, limpiar el fondo de la bahía, ¿merece la pena? Para mí, sí. Si yo fuera la consejera de Cultura de la Región de Murcia, me lanzaba a por el sarcófago de Micerinos seguro. Yo he visto algunas imágenes de rádar, y más o menos saben dónde está, según los diarios de la época. Teniendo al lado el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, sería una atracción más para la ciudad».
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