

Secciones
Servicios
Destacamos
En un lugar de la Alcarria, a orillas del río Tajo, se levantó la primera central nuclear de España. Singular en su estructura –sustituida la cúpula de hormigón por una chapa roja–, la planta de Zorita, oficialmente llamada José Cabrera, revitalizó la economía de la zona. Del edificio principal donde se producía la fisión del átomo, dentro de un complejo de una veintena de hectáreas de terreno, sólo queda una explanada de grava. Más allá, dos edificios pintados de rojo, uno para residuos de baja intensidad y otro con lo que queda del equipo que bajaba la temperatura del agua usada antes de verterla de vuelta al caudal natural. Y, visibles desde un paso vecinal, 16 contenedores de «combustibles nucleares», pintados de verde. Tienen allí siete años. Hasta 2006 funcionó la central que se inauguró en 1968. Después vino el desarme, la espantada de trabajadores cualificados en el sector energético y el miedo. Un temor a la agonía social más que a una fuga de radiación del cementerio de residuos.
Cuando tenía diez años, José Luis Roldán vivía en una finca desde donde veía la construcción de la central y escuchaba sus ruidos. «Soy el que más cerca ha estado siempre», asegura. A una distancia de 250 metros, estuvo 22 años. Su padre «dependía de las peonadas, no era propietario de tierras» hasta que empezó la obra. «Hay un libro que pone lo que le habían pagado a mi padre, seis pesetas; y a su burro, ocho», recuerda Roldán, que tiene 70 años y 36 de experiencia en el sector de la energía.
Mientras pasea por un pueblo cuyo sonido principal es el rumor del agua que emana de sus ocho manantiales, asegura que «no hubo participación pública cuando se creó, ni cuando se cerró. La central nuclear trajo riqueza, hubo más gente empadronada y nos daba trabajo en segundos y terceros niveles, después de los técnicos. Después del cierre, hubo muchas promesas, pero realmente no se cumplieron. En lo económico no digo que no, pero en lo social nunca llegó». Un espejo en el que pueden mirarse otros municipios con centrales nucleares de cierre inminente, como Almaraz (Extremadura).
1969 se conectó a la red eléctrica
y cesó en 2006. Entre 2010 y 2021 se desarmó.
37 años
funcionó la central de José Cabrera y produjo 36.515 millones de kilovatios.
Como a la lluvia en sequía, se espera la llegada de una empresa que genere empleo, como lo hizo la planta atómica. Hay graveras, fotovoltaicas, algo de turismo, pero no han generado suficiente negocio para compensar los puestos perdidos. La población cayó a menos de la mitad de sus años de esplendor. «Nos ha venido un desastre», afirma José Miguel López, alcalde de Almonacid de Zorita, en cuyos términos se levantó la central nuclear, y que ahora tiene casi 760 habitantes, la mayoría mayores de 50 años, con 44 niños en el colegio y la guardería. «Pasamos de 1.500 habitantes con puestos de trabajo muy bien remunerados a la mitad hace dos años. No se puede hacer todo ese desarrollo y después quitarlo de golpe para dejarnos otra vez en la edad preindustrial. Si la nuclear hay que quitarla, que la quiten, pero que pongan algo que la sustituya».
Los proyectos de la alcaldía son variados: una universidad de verano, un parque fluvial en el litoral del río, un desarrollo industrial en un polígono o un hotel cuatro estrellas en el poblado de la central hidráulica de Bolarque, ahora abandonada porque «poquito a poco se ha ido automatizando, ya está todo totalmente informatizado y en este momento allí no hay nadie dentro», explica López, que pone fecha al declive, 1995. «Queremos algo que sea lucrativo para el pueblo, que dé actividad. Todo menos segundas residencias, que es lo segundo peor después de tirar las casas. Y si me preguntan qué quiero, yo digo que otra central nuclear». Los proyectos municipales aún no tienen eco.
Desde la altura se observa que la antigua planta atómica se encuentra rodeada por un mar de azules paneles fotovoltaicos. A primera vista parecen lagos alimentados por el Tajo y cuya corriente se acopla a las instalaciones construidas para llevar la electricidad que antaño producía la central de Zorita. Este desarrollo de renovables, con la instalación de placas solares en fincas aledañas de cientos de hectáreas de un solo dueño, ha repercutido en el censo con una centena de nuevos habitantes en dos años en el municipio de Almonacid. Suman unos 750 esta semana. «No han compensado en ninguna zona, y aquí que no han puesto ninguna porque son muchos propietarios de finquitas de 2.000 o 5.000 metros cuadrados, y prefieren hablar solamente con el dueño de un montón de hectáreas. La cuestión es que han destrozado completamente el paisaje y se hipoteca el futuro un término municipal muy bonito para poner placas solares».
La inercia se traduce en despoblación, en el vaciamiento lento del pueblo. «La gente tiene que irse a donde hay trabajo», dice Roldán, que tiene tres hijas y ninguna vive en el pueblo. «Aquí no hay empresas y el colegio no es para toda la vida. Los hijos mayores se tienen que ir a estudiar a algún lado». En sus buenos tiempos ocurría lo contrario, los universitarios llegaban y se quedaban, como fue el caso de José María Hidalgo, ingeniero de 66 años que trabajó en la nuclear y después en la desmanteladora Enresa hasta su «prejubilación». «Cuando yo vine aquí a trabajar hace 50 años, podía tardar dos horas desde Madrid (algo más de 90 kilómetros)», rememora. «Estuve tanteando vivir en Alcalá de Henares y fui a ver un piso con mi novia y mi madre. Cuando llegamos allí, mi madre le dijo a mi novia: ¿dormirías tranquila con tu marido haciendo este recorrido todos los días?, y me vine aquí».
La historia fue inversa alguna vez, según cuenta Antonio Herrera, cronista provincial de Guadalajara y autor de un libro sobre la historia de Almonacid de Zorita, que «ha estado siempre muy ligada a la producción de energía, desde el siglo XVI y aún antes». «Se vio muy favorecida por la llegada de la central nuclear, sus obras, el mantenimiento y la producción. Aunque sigue recibiendo ayudas y beneficios precisamente por lo contrario, por desmantelar la central nuclear, ha disminuido en la cantidad de gente y la calidad del trabajo, con lo cual la comarca se ha venido un poco abajo».
En las décadas de los sesenta y setenta, pasaron de pequeños agricultores a ingenieros o trabajadores especializados en lo más avanzado de generación de energía. Siempre en un entorno campestre verde, rico en agua y aislado. Ahora la posibilidad latente de radiación impide que se habiten unos 50 chalets construidos muy cerca, una urbanización entera para los empleados de Unión Fenosa, propietaria del complejo (luego Naturgy). Con este poblado fantasma de ladrillos rojos de fondo, los vecinos hablan con nostalgia de la oportunidad perdida de construir un museo en el edificio ya demolido de la central. «Esta central es histórica, no solo en España, sino en el mundo mundial», dice un entusiasmado Hidalgo, con el asentimiento de Roldán. «El día que estaban con una maza rompiendo el panel, yo pensaba que esto nos lo echarán en cara. Ahora solo vemos como historia a los romanos, pero dentro de 200 años será ésto». La razón y la emoción se entremezclan en el enterramiento del átomo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Fernando Morales y Álex Sánchez
J. Gómez Peña y Gonzalo de las Heras (gráfico)
Sara I. Belled y Jorge Marzo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.