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Hubo un tiempo, tan poco lejano como olvidado, en que los apagones eléctricos eran el pan (y la desesperación) de cada día. Y, en más ... de una ocasión, duraban horas, cuando no jornadas enteras. Fue el caso de uno que sufrió la villa de Alcantarilla en 1956, poco después de que el diario 'Línea', curiosamente, exigiera a la compañía eléctrica que instalara redes protectoras a sus líneas de alta tensión.
La empresa, según el rotativo, «con su proverbial amabilidad nos obsequió el jueves con el mayor apagón que recordamos». Toda la mañana sin fluido. Ni tampoco lo hubo de las seis de la tarde a las once y cuarto de la noche. Por aquellos años, desde luego, quedarse sin fluido eléctrico era la cosa más normal del mundo. Tanto, que hasta LA VERDAD bromeaba con el asunto. Tras otra gran avería en noviembre de 1956, publicó que «un apagón de luz en Murcia no es noticia, no tiene importancia».
¿La razón? También la añadía este diario: «Si cada vez que se produce alguno de estos cortes tuviéramos que decirlo en el periódico, su lectura sería muy monótona». La auténtica noticia, según el redactor, sería anunciar que la compañía suministradora «ha sido sancionada».
Si retrocedemos a comienzos del siglo XX, la situación resulta idéntica. La interrupción del alumbrado era ya en 1918 una cuestión «añeja, de carácter crónico y hasta abusiva», advertía 'El Liberal de Murcia' después de estar un día entero sin luz la urbe.
Las averías las provocaba el pésimo material conductor de los tendidos. Súmenle a eso la falta de operarios en Gas Lebón, la empresa que también proveía de electricidad a Murcia, para solucionar de inmediato los cortes. Y el pasotismo congénito y proverbial de los concejales murcianos.
Dos años más tarde, un 8 de octubre de 1920, el fallo eléctrico sorprendió a la rotativa del diario 'El Liberal' cuando andaba a pleno rendimiento. «Pero, ¡zas!, el apagón surgió de súbito, la máquina dejó de andar y hasta pasadas las nueve no volvió la energía». Así que se quedaron sin la edición del día en Lorca, Cartagena y Alicante.
No todo es malo cuando suceden estos percances. Pongo por caso lo que ocurrió en Estados Unidos diez años después. El 9 de noviembre de 1965 el corte del suministro afectó durante 13 horas a 30 millones de personas de ocho estados de la Costa Este. Y nueve meses después llamaron «bebés del apagón» a quienes nacieron. Las estadísticas decían probar que «hubo dos veces y media más parturientas que de ordinario». Algunos autores sostienen que fue un bulo.
Otra avería en la noche del 22 de septiembre de 1920 le vino al pelo al preso apodado 'El Rata', quien aprovechó la oscuridad para escalar la tapia del antiguo hospital de Murcia, donde se estaba curando de unas heridas, y darse a la fuga.
La iluminación en Murcia comenzó un 25 de agosto de 1799 cuando el Consistorio inauguró los 800 faroles que arrancaban a las calles de la oscuridad. Aunque no ardían todos los días del año. Solo 150 noches, generalmente tras las lunas llenas. Fue una novedad pasajera. A lo largo del siglo XIX, el alumbrado, que se alimentaba con aceite, aparecía y desaparecía a menudo.
En 1867 se instalaron en La Glorieta las primeras farolas de gas, que también comenzaría a arrinconarse cuando se introdujo el petróleo a comienzos de la década siguiente.
La electricidad alcanzaría la capital a golpe de timbre, como los instalados en el Ayuntamiento en 1866. Un año más tarde ya estaba iluminado el Casino. A los hogares llegaría un poco más tarde, en torno a 1891. Más de 1.300 faroles había en las calles en 1913.
Casi tantos como averías se producían en calles y hogares. Los motivos de tantos percances eran variados. A veces, la propia compañía cortaba el suministro si los ayuntamientos les devolvían las facturas.
Eso ocurrió en julio de 1910 en Águilas. Al Consistorio le comunicó que debía 2.500 pesetas y estableció el plazo del 10 de agosto para pagarlas. Llegó el día y no pagó: el pueblo se quedó a oscuras. «Hemos quedado a la altura de cualquier villorrio», clamaba 'El Liberal'.
Algo parecido ocurrió en Lorca en septiembre de 1920. Durante diez largos días no hubo alumbrado público. Al parecer, una avería. En otras ocasiones, el propio Ayuntamiento imponía la oscuridad a sus vecinos. Aunque vivieran en pleno centro.
Eso ocurría en 1929 cuando, apenas daban las doce de la noche (o si había concierto de banda, acababa) cuando de improviso se apagaban todas las farolas. LA VERDAD se preguntaba si esa «premura en dejar a oscuras el paseo es por imposición en el contrato de suministro».
Más grave fueron los sucesos ocurridos en el Cine Popular unos meses más tarde. Cuando los parroquianos se disponían a ver una película, el local quedó a oscuras. Al principio, comenzaron a desalojarlo de forma ordenada. Hasta que algún miserable gritó «¡fuego!». La estampida causó numerosos heridos.
'El Liberal' contó más tarde que la causa del apagón fue un simple somier, el mismo que dejaron caer unos obreros cuando lo subían a una casa de la calle de San Antonio. El somier arrastró a su paso el tendido eléctrico. Y para arreglar el desperfecto, la compañía «no encontró más determinación que cortar la luz, dejando a casi toda Murcia a oscuras».
En otros muchos casos, la explicación de los cortes eléctricos era más sencilla. Primaba el mal el mal estado de las redes, su sobrecarga o su falta de mantenimiento. O, al menos, eso advertía la prensa.
Para algunos, sin embargo, la causa era más sorprendente. Por ejemplo, tras otro apagón en julio de 1977, un murciano telefoneó a 'Línea' para anunciar que lo había provocado un «rayo dirigido desde una nave tripulada» por un extraterrestre. Como lo leen.
Al parecer, era la respuesta a la creación de la bomba de neutrones por parte de Estados Unidos aquél mismo año. Ya ven que si en el mundo se cuecen habas, en Murcia lo hacemos a calderos.
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