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En 2019, cuenta feliz recordándolo, celebró su 60 cumpleaños escalando volcanes en Ecuador. Considerado uno de los 25 grandes pensadores del mundo por 'Le Nouvel ... Observateur', el filósofo Daniel Innerarity participa este jueves –a las 19.00 horas, 'online' a través de la web municipal cartagena.es– en los encuentros de Cartagena Piensa. El autor de 'Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus' (Galaxia Gutenberg), reflexionará, en efecto, sobre lo que usted está pensando. Con este motivo conversa con LA VERDAD, donde publica artículos de opinión.
–¿Qué es un error?
–Por ejemplo, frente a la dificultad de entender correctamente fenómenos complejos, emplear esa retórica de que estamos en guerra que se utilizó en los primeros momentos de la pandemia; y no digamos ya la actitud de un Donald Trump saliendo del hospital y trasladándonos la idea de que, en el fondo, el combate contra el virus tiene que ver con una decisión individual de macho, como si se estuviera muriendo la gente a la que le falta carácter; en fin... O el proclamar, como se ha hecho también, que esto es como una gripe estacionaria. Se simplifica enormemente el tema, porque lo que no se ha entendido es que, como ya pasó en la anterior crisis económica, toda la enorme dificultad a la que nos enfrentamos tiene que ver con el hecho de que están interactuando demasiados elementos con demasiados elementos. Ahora tenemos un virus, que es la cosa más vieja del mundo, en una sociedad avanzada, globalizada, donde hay una gran movilidad de personas, de mercancías y, no lo olvidemos, de información y desinformación.
–¿Estamos tan mal gobernados?
–Ay...; estamos en un cambio de época: el clásico instrumento de protección, que era el Estado soberano, que delimita espacios y fronteras, que tiene moneda propia, ejército, etcétera, se ha convertido en un actor semisoberano que comparte su poder con escenarios de integración global, y con un tipo de amenazas que traspasan fronteras con mucha más facilidad de la que el soberanismo legal pudiera pretender. Y, al mismo tiempo, tenemos también otro conjunto de problemas que tienen que ver con una sociedad que, como consecuencia de diversas crisis superpuestas, tiene unos niveles de confianza mínimos. La confianza es un valor político fundamental, y me refiero a la confianza en todas las instituciones. La gente desconfía de los dirigentes y de los expertos, ante el espectáculo de la divergencia de intereses y de mensajes que se le dirigen; y, por su parte, si los gobernantes confiaran más en la responsabilidad de la sociedad, probablemente no elaborarían unas disposiciones tan restrictivas y tan detallistas de lo que puede y no puede hacerse.
–También los líderes políticos desconfían entre ellos.
–En efecto, llevan mucho tiempo dedicados afanosamente a competir entre sí y apenas han elaborado habilidades que tienen que ver con la cooperación, la confianza y el compartir protagonismo; habilidades que me parece que en estos momentos serían fundamentales para salir de esta crisis.
–Habla usted de tener confianza en la ciudadanía, parte de la cual actúa como si estuviera de romería.
–Sí, está pasando una cosa muy curiosa, un fenómeno que tiene bastante de novedoso: en estos momentos, al poder político se le están dirigiendo dos exigencias completamente contradictorias, con sus respectivas acusaciones. Hay un sector de la sociedad que considera que el Estado es ineficiente, y que se tiene que ir a fórmulas más autoritarias, más excepcionales, más impositivas, para hacer valer el interés general; un sector que desconfía de la democracia liberal y que se entregaría en los brazos de formas más autoritarias. Pero, por otro lado, existe una fuerte corriente que nos puede estar sorprendiendo, para la cual el problema es que el Estado está ejerciendo una dictadura de hecho. Para unos, el Estado tiene demasiado poco poder, y para otros tiene demasiado y estaría restringiendo nuestras libertades; lo que tampoco sé yo es si se contempla en alguna declaración de derechos humanas esa especie de 'libertad de contagiar'. El poder político se encuentra hoy en día asediado por disparos que van en esa doble dirección. Lo que es un hecho es que nuestras instituciones políticas, en general, están poco preparadas para situaciones de este estilo.
–¿Y eso por qué?
–Sin duda, tiene bastante que ver con una poca capacidad estratégica de anticipación, de reflexión sobre el futuro posible, que se concreta en una dedicación del sistema político a la gestión del presente más inmediato, y en una poquísima atención a los riesgos latentes, a los famosos 'cisnes negros', a los eventos que sabemos que llegarán, sí, pero no cómo, ni cuándo, ni en que formato. Eso es una gran debilidad de nuestro sistema político. Por otro lado, el hecho de que las autoridades establezcan procedimientos que tienen un cierto carácter de excepcionalidad, no me parece antidemocrático, si están condicionados a los fines de combatir la pandemia y sujetos a un marco temporal, delimitado y validado por los organismos parlamentarios o por quien corresponda. Eso no tiene que ver con lo que ha pasado en Hungría, donde el excepcionalismo de la crisis ha servido como coartada para dotar de más poderes a un Ejecutivo que ya no funciona dentro de los márgenes del Estado liberal. Pero el resto de los Estados, a pesar de ciertas críticas libertarias que se les dirige desde la extrema derecha y la extrema izquierda, se están ateniendo a esos condicionamientos a la hora de declarar medidas excepcionales.
–¿Qué les diría en estos momentos a los jóvenes?
–Entendiendo que la percepción del riesgo varía también en función de la edad, lo que les diría es que pensaran no tanto en la diversión de hoy como en el trabajo de mañana. Efectivamente, si no conseguimos salir de esta crisis pronto y bien, o poco mal, se van a dañar también sus intereses, económicos fundamentalmente. No solo los jóvenes, todos padecemos de cortedad de miras. La gente mayor, seguramente tenemos menos incentivos para pensar en el 'largo plazo', porque no viviremos en él y, por tanto, por ejemplo el cambio climático nos va a afectar menos; pero también hay que tener en cuenta que la gente joven es la más interesada es que el 'largo plazo' pase a ocupar un puesto relevante en la agenda colectiva, porque ellos son los que van a vivir en él. Yo les diría: dejad a los mayores que sigan en el cortoplacismo, y vosotros, como hace Greta Thunberg, defended el 'largo plazo', el clima, la paz..., valores que tienen que ver con bienes comunes de los que vosotros vais a disfrutar, o vais a perder.
–¿Qué le ha resultado estimulante observar?
–Hemos visto algunos fenómenos de gerontofobia muy penosos en algunos sitios, pero también pienso, por ejemplo, en lo que es un hospital. Un hospital es un sitio donde, por regla general, gente joven se ocupa de gente mayor. Y, por tanto, un hospital es un lugar donde se suturan los conflictos intergeneracionales. Es verdad que cada generación tiene intereses e incentivos diferentes, pero hay instituciones y lugares, como el sistema de salud, donde lo que ocurre es que hay gente joven que se juega la vida, se deja la piel, se agota cuidando a gente a veces de edades muy avanzadas y tratando, con medios que en ocasiones suelen ser insuficientes, de sacarles adelante.
–¿Qué defiende hoy?
–Que pensemos, que reflexionemos, que no dejemos que, en la medida de lo posible, otros piensen por nosotros. Y que aprovechemos este experimento colectivo involuntario para revisar esos lugares comunes en los que chapoteamos.
–Por ejemplo, ¿cuál?
–El de pensar que mi interés propio no tiene nada que ver con los intereses de los demás.
–¿Qué conviene que tengamos claro?
–Que en un mundo tan acelerado como el nuestro, las recetas del pasado apenas valen. ¿Cómo enfrentarnos al futuro? Con imaginación, con pensamiento estratégico, con calculo de riesgo, con una actitud de apertura al diálogo y a la deliberación con los demás y, desde luego, con instituciones democráticas saneadas.
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